Durante años he hablado con miles de personas. En cenas, charlas, conferencias, paseos. He compartido alegrías, despedidas, lanzamientos, errores. Pero si tuviera que reducir todo lo que he escuchado —y vivido— a un solo denominador común, te diría esto: la mayoría de nuestras decisiones se toman desde uno de dos lugares. O desde el miedo, o desde el amor.
Pocas cosas tienen tanto impacto en nuestra forma de estar en el mundo como esos dos sentimientos. Son, en realidad, los grandes motores de la vida. Uno encoge, el otro expande. Uno paraliza, el otro impulsa. Uno aísla, el otro une. No lo digo solo desde la intuición o la experiencia, lo dice también la ciencia. Pero antes de ir a los datos, déjame que te cuente algo que me duele reconocer.
En más de una ocasión, yo también he ocultado mi amor. No me refiero al romántico, sino al amor como actitud, como presencia, como gesto sincero de humanidad. Por miedo a parecer débil, blando, ingenuo. Por no desentonar. Por no incomodar. Nos pasa más de lo que pensamos: camuflamos lo mejor que tenemos —nuestra capacidad de amar— para encajar en un sistema que premia la frialdad y el control.
Y sin embargo, cuanto más observo el mundo, más convencido estoy de que el verdadero liderazgo no se construye desde la distancia, sino desde la cercanía. Desde el amor. Desde la valentía de preguntar cómo estás y quedarte a escuchar la respuesta. Desde el abrazo oportuno, la palabra amable, la presencia sin expectativas. Desde esa forma de amar que no hace ruido, pero lo cambia todo.
La trampa cultural de la fortaleza mal entendida
Vivimos en una cultura que nos ha hecho creer que mostrar afecto es un signo de debilidad. Que si muestras tu amor por los demás, pierdes autoridad. Que si abrazas, te ablandas. Que si hablas de emociones, pierdes respeto. Y así, muchas personas acaban construyendo muros donde deberían construir puentes. Se blindan con excusas, protocolos o máscaras que les impiden conectar de verdad.
Lo más curioso es que ese miedo a mostrar amor no solo nos aísla de los demás, sino que también nos desconecta de nosotros mismos. Se nos tensa el cuerpo, se nos enturbia el juicio, se nos apagan las ganas. Y es entonces cuando aparece el gran enemigo silencioso: el miedo crónico. Ese que no se grita, pero se nota. En la mirada, en la actitud, en las relaciones.
Lo que dice la ciencia: amar reduce el miedo… de verdad
La neurociencia lo confirma: el amor tiene un impacto directo en nuestro sistema nervioso. No es una metáfora emocional, es biología. Según un reportaje del diario As basado en estudios recientes, el amor activa zonas cerebrales ligadas a la recompensa y la toma de decisiones, al tiempo que regula sustancias como la dopamina, la oxitocina y el cortisol. Estas hormonas no solo generan bienestar, también influyen en cómo procesamos el estrés y las amenazas externas. El artículo describe cómo el enamoramiento y los vínculos afectivos ayudan al cerebro a tomar decisiones más seguras, serenas y conectadas.
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Por otro lado, desde un enfoque más amplio de salud, el portal oficial de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. (disponible también en español) afirma que las relaciones sociales sólidas —no solo de pareja, también familiares y comunitarias— están directamente asociadas con una mejor salud física y mental. Reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares, fortalecen el sistema inmune y mejoran la calidad del sueño. En definitiva: amar y sentirse amado es, literalmente, una cuestión de salud.
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Amar no es un lujo, es un acto de fortaleza
Lo sé: amar implica exponerse. Decir “te quiero” sin una fecha especial. Preguntar cómo está alguien aunque tengas prisa. Abrazar cuando otros solo estrechan la mano. Escuchar cuando es más fácil hablar. Todo eso tiene un precio: el de bajar las defensas. El de mostrar que, debajo del rol profesional, de la coraza o del personaje, también late una persona.
Pero ese precio no es una pérdida, es una inversión. Una de las pocas que siempre dan fruto. Amar no te hace menos fuerte. Te hace más confiable. Te hace más humano. Te hace más verdadero. En un mundo donde tantos compiten por parecer importantes, el amor es la decisión radical de ser significativo para alguien.
¿Y si hoy fuera un buen día para elegir el amor?
No te invito a grandes declaraciones ni a gestos teatrales. Solo a probar. A mirar desde el cariño. A escribir un mensaje que no espera nada. A decir una palabra que reconforta. A no esconder eso que sientes. Porque cuando eliges el amor, algo cambia. No fuera, sino dentro. Y eso, créeme, se nota.
La próxima vez que el miedo asome —porque lo hará—, recuérdalo: no se combate con más miedo. No se tapa con productividad ni se gestiona con excusas. El miedo solo se disuelve cuando lo abrazamos con amor. Con el amor que damos. Con el amor que dejamos entrar.
No es una fórmula mágica. Es una decisión cotidiana.
Y si tú también sientes que este mundo necesita menos juicio y más corazón, quizá hoy sea un buen día para empezar por ti.
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Nadie es más fuerte que quien sabe decir “te quiero”.
Y nadie está más vivo que quien decide amar, incluso cuando tiene miedo.
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— Cipri