¿En qué te puedo ayudar?

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La pregunta que cambió mi forma de relacionarme con el mundo

No recuerdo el día exacto en el que empecé a presentarme así, pero sí recuerdo la sensación que dejó la primera vez que lo dije. Me presentaron a una persona en un evento, me tendió la mano con la clásica sonrisa educada, y en vez de soltar el típico “encantado” o “¿a qué te dedicas?”, me salió decir: “¿En qué te puedo ayudar?”.

Fue espontáneo. No buscaba impresionar. Simplemente, era lo que me nacía en ese momento. Pero lo que pasó a continuación me hizo darme cuenta de algo: esa pregunta, tan sencilla, desarma. Crea un espacio nuevo entre dos personas. Una grieta por la que se cuela la confianza, la cercanía, la posibilidad de un vínculo que va más allá de las palabras de cortesía.

Desde entonces, lo hago siempre. Es mi manera de mirar al otro y decirle, sin rodeos, que estoy aquí para dar, no para pedir. A veces lo acompaño con un abrazo, si el cuerpo lo pide. O con una broma, una carcajada, una historia que rompa el hielo. Porque, al final, eso es lo que construye una red de relaciones auténtica. Y eso es, para mí, lo que otros llaman networking.

Vivimos en una cultura del «¿qué hay para mí?»

Durante años, y especialmente en entornos profesionales, he observado una lógica que se repite como si fuera una ley natural: llegamos a los encuentros buscando qué podemos obtener. ¿Qué me ofrece esta persona? ¿Cómo me puede ayudar? ¿Qué gano yo? Es una mentalidad tan extendida que apenas la cuestionamos. Forma parte del paisaje.

El problema no está en tener objetivos o querer avanzar. El problema es cuando ese afán por “conseguir” nos desconecta de lo más importante: las personas. Cuando confundimos el valor de alguien con lo que nos puede proporcionar, estamos mirando con los ojos del interés, no con los del corazón.

Lo dicen los estudios: invertir en relaciones mejora tu vida más que cualquier logro

No es solo intuición o experiencia personal. Lo ha confirmado la ciencia. La Universidad de Harvard lleva más de ocho décadas estudiando qué hace que una vida sea plena, sana y feliz. Su famoso Estudio de Desarrollo Adulto, uno de los más largos y completos del mundo, ha llegado a una conclusión tan simple como poderosa: la calidad de nuestras relaciones determina directamente nuestra salud física, mental y emocional.

Puedes ver un resumen aquí: Harvard Gazette – The longest study on happiness

No son los logros profesionales, ni el dinero, ni la fama lo que más influye en nuestro bienestar. Son los vínculos. Las personas que tenemos cerca. Las que nos sostienencuando todo tiembla. Las que celebran con nosotros cuando hay motivos para brindar.

Las que, simplemente, están.

El verdadero networking no tiene que ver con dar tarjetas, sino con dar tiempo

Muchas veces me invitan a hablar de networking como si fuera una técnica de ventas.

Como si se tratara de repartir tarjetas en eventos o de acumular contactos en LinkedIn.

Pero eso no es networking. Eso es otra cosa.

Para mí, el networking real es ocuparse de las personas. No preocuparse, ocuparse. Estar presente. Escuchar con atención. Recordar un detalle importante y volver a llamar solo para preguntar cómo está. Compartir sin esperar nada a cambio. Porque cuando tú das sin medida, desde la generosidad y el propósito, la vida tiene una forma curiosa de devolvértelo.

He vivido demasiadas veces el milagro de esa reciprocidad inesperada. Personas que conocí hace años y con las que compartí un gesto desinteresado que luego, sin yo buscarlo, me tendieron la mano en momentos cruciales. Esa red no se construye con estrategias. Se construye con humanidad.

Tal vez tú también hayas sentido esto

Quizás has estado en eventos donde todos parecen hablar pero nadie escucha. Has conocido a personas que solo se acercaban cuando necesitaban algo. Has sentido que muchas de tus relaciones profesionales son eficaces, pero vacías.

Y a lo mejor, al mismo tiempo, has tenido cerca a alguien que simplemente estuvo para ti. Que no te pidió nada, pero te ofreció todo: su tiempo, su atención, su risa. Esa persona, sin grandes gestos, te hizo sentir importante. Visto. Acompañado.

Eso es lo que yo intento ser para los demás. No siempre lo consigo, pero lo intento. Porque sé que ahí, en ese tipo de relaciones, es donde reside la verdadera riqueza.

Una red sólida no se construye con palabras, se construye con actos

Cada vez que pregunto “¿en qué te puedo ayudar?”, estoy construyendo. Estoy tendiendo un puente. Estoy apostando por un modelo de vida y de trabajo donde las personas no son medios para un fin, sino el fin en sí mismo.

Si tú también sientes que algo dentro de ti te pide relaciones más auténticas, si estás cansado de las conversaciones vacías y los vínculos frágiles, quizás sea el momento de cambiar tu pregunta.

De pasar del “¿qué puedo conseguir?” al “¿qué puedo ofrecer?”.

De pensar menos en destacar y más en conectar.

De dejar de mirar al otro como un contacto, y empezar a mirarlo como un compañero de viaje.

Porque, al final, lo importante no es cuántos contactos tienes, sino cuántas personas puedes abrazar cuando todo se cae.

Y créeme: si empiezas por preguntar “¿en qué te puedo ayudar?”, no solo cambiará tu forma de relacionarte. Cambiará tu forma de vivir.

Este artículo nace a raíz de un reel que publiqué recientemente.

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Porque a veces, unos segundos de verdad en vídeo merecen una reflexión más profunda.

Esta es la mía.

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