No hubo estrategia. Solo pasos.
A veces me preguntan: “¿Cómo saliste del fracaso?” Y la verdad es que nunca supe que estaba saliendo. No hubo un plan brillante, ni una idea reveladora. Solo seguí caminando. Un día me caí. Otro me levanté sin saber por qué. Y al siguiente, me di cuenta de que ya no dolía tanto. Eso es lo que yo llamo crecer. Aunque nadie te lo cuente así.
No fue algo consciente. No hubo un momento eureka. Fue una suma de días, de gestos pequeños, de decisiones sin épica pero con intención. Como cuando te haces una herida y el cuerpo, sin que tú lo ordenes, empieza a sanarse. A veces la mente y el alma también hacen ese trabajo silencioso.
El éxito grita. El fracaso se susurra.
Vivimos en una cultura que premia lo visible. Los logros, las cifras, las medallas. Todo lo que reluce parece tener más valor. Pero, ¿y los tropiezos? ¿Las decisiones equivocadas? ¿Las noches en las que solo quieres desaparecer? Eso no se enseña. Se esconde. Como si tropezar fuera sinónimo de fallar como persona. Como si caer nos quitara valor.
Y no. Fracasar no es ser menos. Es ensuciarse para aprender. Es tocar fondo… y descubrir que ahí también se puede construir. Es perder cosas que creías imprescindibles, para darte cuenta de que tú sigues estando. Y que eso basta para empezar de nuevo.
Compararse con el brillo de otros también es caer
La psicología social lleva tiempo explicando esta trampa. La “teoría de la comparación social” de Leon Festinger, uno de los grandes, afirma que buscamos entender nuestro valor midiéndonos frente a los demás. ¿Y qué hacemos en LinkedIn, en redes, en la vida profesional? Compararnos con los que mejor lo están haciendo. Nunca con quienes están peleando en silencio. Y eso, sin darnos cuenta, nos destroza.
Ese mecanismo es humano. Pero también es injusto con nosotros mismos. Porque comparamos nuestra parte más vulnerable con la versión editada de los demás. Y eso distorsiona la realidad.
Yo también me rompí. Muchas veces.
He fracasado. En empresas, en amistades, en decisiones. Y sí, ha dolido. A veces tanto que el pecho no daba más de sí. Pero no me avergüenzo. Porque también ahí aprendí. Cuando pierdes, descubres cosas que el éxito no te deja ver. Quién eres. Qué importa. Qué sí. Qué no. En esas ruinas está la esencia.
En esos momentos, uno no se siente sabio ni fuerte. Se siente perdido. Pero con el tiempo entiendes que esa confusión también es parte del proceso. Y que de ahí nacen algunas de tus verdades más profundas.
La resiliencia no es épica, es humana
Nos la han vendido como un superpoder. Como si hubiera que ser héroes para levantarse. Pero no. La resiliencia real es silenciosa. Es seguir andando con la espalda doblada. Es no rendirse, aunque la fuerza se haya ido hace días. Es hacer lo justo para no rendirte. Y eso, muchas veces, es suficiente.
La psicóloga Angela Duckworth habla de “grit”: esa mezcla de pasión y constancia que nos mantiene firmes cuando ya no hay motivos. En su investigación, Duckworth descubrió que el éxito a largo plazo no depende tanto del talento como de esa capacidad de seguir empujando incluso cuando no hay garantías. Las personas más constantes ante la dificultad no eran las más listas. Eran las que más habían caído… y aún así seguían ahí. (Fuente APA)
Y no es la única. Un estudio reciente publicado en BMJ Mental Health encontró que las personas con altos niveles de resiliencia mental tienen una menor probabilidad de morir por cualquier causa. El análisis, realizado a más de 10.000 personas durante 12 años, demuestra que ser resiliente no solo ayuda a vivir mejor… también a vivir más. (The Guardian)
Salí del barro sin saber que estaba saliendo
No hubo milagro. No hubo receta. Solo un gesto pequeño. Una llamada. Un mensaje. Una mirada diferente. Y después, otra. Y otra más. Cuando quise darme cuenta, estaba de nuevo en pie. No del todo limpio. Pero con raíces nuevas. Porque sí, la mierda seguía ahí. Pero había cambiado. Ya no era suciedad. Era abono. Estaba alimentando algo.
Y no hizo falta entenderlo todo para seguir. Solo hizo falta confiar un poco más en la capacidad de recomponerse que todos llevamos dentro, aunque a veces esté enterrada.
Si hoy estás roto, quédate un rato más
No quiero decirte que todo pasa. No quiero que suene a frase de taza. Quiero decirte que todo transforma. Que lo que hoy parece ruina, mañana puede ser semilla. Y si no lo ves, no pasa nada. No hace falta entender. Hace falta avanzar. Aunque sea arrastrándote. Aunque sea llorando.
Quizá lo único que necesites hoy no sea una solución perfecta, sino un poco de paciencia contigo mismo. Porque lo que hoy parece desorden, mañana puede ser el inicio de otra forma de estar en el mundo. Más verdadera. Más tuya.
No temas ensuciarte. El alma también crece desde el barro.
Este artículo nace a raíz de un reel que publiqué recientemente. Puedes verlo aquí 👉 Linkedin
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Porque a veces, unos segundos de verdad en vídeo merecen una reflexión más profunda. Esta es la mía.