Ser parte de la solución también cambia tu química interna

parte de la solucion

Hoy comparto una reflexión sencilla pero decisiva: cada vez que elegimos avanzar, aunque sea un gesto mínimo, nuestro cuerpo cambia con nosotros. La ciencia lo confirma y la experiencia lo demuestra. Ser parte de la solución no es solo una actitud; es un proceso interno que reduce el estrés, activa la motivación y nos permite relacionarnos mejor. A veces, mejorar empieza con un movimiento casi imperceptible… pero profundamente transformador.

A lo largo de los años he repetido una frase que parece sencilla, pero que en realidad encierra una pregunta profunda:

¿Formas parte del problema o de la solución?

La he dicho tantas veces que podría sonar automática, pero no lo es.
Cada vez que vuelvo a ella descubro algo nuevo, porque esta elección —que a veces tomamos sin darnos cuenta— tiene más impacto del que imaginamos. No solo transforma lo que sucede alrededor. Transforma, sobre todo, lo que sucede dentro de nosotros.

Con el tiempo he aprendido que esta distinción no es moral, ni espiritual, ni un mantra de autoayuda. Es, en gran medida, biológica. El cuerpo reacciona de forma distinta a cada una de estas posturas, y comprender esto cambia completamente la forma en que nos relacionamos con los demás… y con nosotros mismos.

Cuando elegimos no hacer nada, el cuerpo lo nota

Hay momentos en los que sentimos que da igual lo que hagamos. Que no hay margen de mejora. Que la situación, la relación o incluso nosotros mismos no tenemos arreglo. Y, sin darnos cuenta, nos quedamos quietos. O nos resignamos. O esperamos a que pase algo que nunca llega.

Esa quietud no es neutra: el cuerpo la interpreta como amenaza sostenida.
El cortisol —la hormona del estrés— se mantiene alto, aunque no haya una crisis visible. La energía disminuye. La perspectiva se estrecha. Todo empieza a verse más difícil de lo que realmente es.

Conozco a muchas personas que describen este estado como un agotamiento suave, persistente, casi silencioso. No es dramático, pero tampoco se va. Es como un susurro constante que dice: “No avances, no merece la pena”. Y el peligro es que, cuando uno permanece demasiado tiempo ahí, la vida pierde matices y las relaciones empiezan a enfriarse sin que sepamos exactamente por qué.

Rendirse —o permanecer inerte— puede parecer cómodo al principio.
Pero acaba siendo un modo de vida que desgasta más de lo que alivia.

Cuando damos un paso hacia la solución, el cuerpo responde

Lo contrario también es cierto. Y aquí empieza lo fascinante.

Cuando damos un paso hacia la solución —aunque sea un gesto pequeño, íntimo, casi imperceptible— el cuerpo reacciona. No espera grandes resultados.
Responde al simple hecho de avanzar.

La ciencia lleva tiempo explicándolo con claridad.

🌿 Oxytocina: la química de la confianza y la cooperación

Estudios de la Universidad de Barcelona muestran cómo la oxitocina facilita la cooperación y el altruismo, reforzando la confianza entre personas y suavizando la percepción de amenaza. Puedes leerlo aquí:
https://gacetamedica.com/investigacion/que-tiene-que-ver-la-oxitocina-con-la-cooperacion-y-el-altruismo/

Además, el Instituto Psicobiológico ha publicado un análisis en profundidad sobre el papel de la oxitocina en la empatía, la prosocialidad y el vínculo humano, explicando por qué los gestos de cuidado generan calma y cercanía:
https://www.institutopsicobiologico.com/la-oxitocina-protagonista-del-amor-confianza-altruismo-empatia-y-prosocialidad/

La conclusión es clara: cuando actuamos con intención de mejorar —hacia otros o hacia nosotros mismos— liberamos sustancias que fortalecen nuestros vínculos y reducen la defensividad.

🔥 Dopamina: el impulso interno del avance

La TecScience Tec de Monterrey ha publicado un artículo donde explica cómo las acciones generosas y la filantropía activan los circuitos de recompensa del cerebro, generando bienestar y motivación:
https://tecscience.tec.mx/es/humano-social/filantropia-y-neurociencias/

Ese “claro, esto es lo que tenía que hacer” no es únicamente emocional. Es un circuito neurobiológico que se despierta cuando caminamos hacia algo que tiene valor.

🛡️ Menos cortisol (menos estrés): este baja cuando dejamos la evitación y adoptamos el afrontamiento

La Universidad del País Vasco (UPV/EHU) explica que las estrategias de afrontamiento activo —hacer algo, hablar, decidir, actuar— son las más eficaces para reducir el estrés y reorganizar emocionalmente situaciones difíciles:
https://www.ehu.eus/documents/1463215/1504276/Capitulo%2BXXVI.pdf

Por otro lado, investigaciones publicadas en SciELO Chile vinculan la regulación del cortisol con procesos de empatía y conducta prosocial, demostrando que el estrés no solo baja cuando resolvemos, sino también cuando nos conectamos con otros:
https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-05812016000100008

Y si buscas una mirada evolutiva más amplia, Frans de Waal —en El último abrazo— resume cómo el altruismo activa sistemas de recompensa y cuidado en mamíferos, reforzando la idea de que “hacer el bien nos hace bien” desde un punto de vista biológico:
https://tavapy.gov.py/biblioteca/wp-content/uploads/2023/01/De-WallF-El-ultimo-abrazo.pdf

La solución empieza por dentro, siempre

A veces pensamos que “ser solución” significa ayudar a otros, intervenir, mediar, estar para los demás. Y sí, eso forma parte. Pero he aprendido que ese es el segundo paso.

El primero es más íntimo: ser solución para uno mismo.

Significa escucharse sin dureza.
Tomar una decisión que hemos evitado demasiado tiempo.
Nombrar una verdad que llevamos escondiendo.
Cuidar algo básico: descanso, atención, límites, honestidad.

Y aquí se activa otro proceso que también es químico.

Cuando nos tratamos con respeto, liberamos oxitocina.
Cuando avanzamos un milímetro más que ayer, aparece la dopamina.
Cuando dejamos de castigarnos, baja el cortisol.

No es un ejercicio de ego.
Es un ejercicio de coherencia: nadie puede ofrecer presencia, calma o cuidado si no la ha entrenado primero consigo mismo.

Esta es una verdad que tardé años en comprender:
somos más útiles al mundo cuando aprendemos a ser solución en nuestra propia vida.

Ser parte de la solución es una práctica, no un gesto heroico

Hay quien piensa que esto implica grandes cambios, promesas o proyectos inmensos. Pero la realidad se mueve en gestos discretos. A veces imperceptibles para el resto.

Un mensaje que aclara un malentendido.
Una conversación que llevaba tiempo pendiente.
El reconocimiento honesto de que algo nos dolió.
La decisión de acercarnos en lugar de alejarnos.
La valentía de pedir ayuda.

Son movimientos aparentemente pequeños, pero que reorganizan nuestra biología y, con ella, nuestra forma de mirar la vida.

Y aquí viene una observación que encuentro clave:
no es la magnitud del gesto lo que transforma, sino la dirección.
El cuerpo no necesita perfección, necesita señal.

Una invitación para quien esté leyendo

No sé en qué momento estás. Puede que estés afrontando una situación que se ha enquistado, o quizá no haya nada especialmente grave, pero sí un cansancio que pesa más de lo que debería.

Sea cual sea el caso, quiero hacerte una invitación sencilla, casi íntima:

Piensa en una pequeña acción que puedas realizar hoy para acercarte a la solución… para ti.

No tiene que resolver nada de inmediato.
No tiene que ser visible.
No tiene que ser brillante.

Solo tiene que apuntar en la dirección del cuidado, del avance, de la verdad o de la conexión.

A veces ese gesto es el que inicia una cadena silenciosa: cambia la química, cambia la emoción, cambia la relación, cambia la vida.

Ser parte de la solución no es una postura filosófica: es una manera de honrar cómo estamos hechos. Cada gesto que nos mejora nos devuelve a nosotros mismos… y desde ahí, a los demás.

Si este texto te ha movido algo, me encantará leerte. ¿Qué gesto pequeño te gustaría elegir esta semana para ser parte de la solución en tu vida o en tus relaciones? Te leo en comentarios.

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