Una historia que no olvido
Hace unos años, en una cena con personas de mundos muy distintos —empresarios, creativos, médicos, emprendedores— tuve la certeza de que dos de ellas debían conocerse. A mi derecha, un joven entusiasta con una energía desbordante. A mi izquierda, una mujer serena, de mirada profunda y sonrisa generosa.
No compartían sector, ni intereses profesionales. Pero sí una forma de mirar el mundo.
Me incliné ligeramente y le dije al joven:
“También es fan del cine japonés. En su último viaje se perdió tres días en Kioto buscando una cafetería escondida entre callejones.”
Él sonrió, se giró y comenzaron a hablar.
A día de hoy, siguen en contacto.
No dije sus nombres.
No mencioné sus cargos.
Solo abrí una puerta para que la conexión ocurriera.
Y después, me retiré.
Aquel gesto me confirmó algo que había sentido muchas veces: las conexiones auténticas no nacen del currículum. Nacen del alma.
El problema de presentar como quien lee un cargo
Vivimos en una cultura que nos ha entrenado para presentar a las personas como si fueran productos.
“Te presento a Marta, directora de comunicación.”
“Él es Alberto, psicólogo.”
Y lo dejamos ahí. Esperamos que algo ocurra. Pero rara vez ocurre.
Ese tipo de presentación activa lo racional, no lo emocional.
Habla al intelecto, no al corazón. Y cualquier relación significativa comienza siempre por lo emocional.
Una técnica sencilla con un impacto profundo
Desde hace años practico una forma diferente de presentar.
No es compleja. No requiere carisma. Solo atención.
Consiste en invertir el orden habitual: primero comparto una etiqueta emocional positiva. Después, si hace falta, digo su nombre o su profesión.
Una afición, un valor, una anécdota. Algo que despierte una emoción.
Por ejemplo, en lugar de decir “Te presento a Sergio, abogado”, prefiero decir:
“Siempre recuerda los cumpleaños de todo el equipo, aunque nadie se lo pida. Se llama Sergio.”
No estoy hablando de lo que hace. Estoy hablando de quién es.
Y eso cambia por completo la disposición del otro a conectar.
La ciencia lo respalda
Esto no es solo intuición o experiencia personal. Hay evidencia que lo sustenta.
Un estudio publicado en PubMed Central demuestra que las similitudes emocionales o valorativas generan una atracción afectiva que incrementa la disposición a relacionarse.
Los investigadores lo resumen así:
“Las similitudes inducidas incrementan el afecto hacia la otra persona, lo cual a su vez eleva la voluntad de afiliarse o conectar con ella.”
📚 Ver estudio
A su vez, un metaanálisis publicado en SpringerLink revisó 49 estudios empíricos y concluyó que el patrón “la similitud genera atracción” se mantiene incluso en contextos laborales, más allá de la afinidad profesional.
“Las personas no juzgan únicamente por cualidades individuales, sino por la percepción de similitud emocional, lo cual incrementa la confianza y la afinidad.”
📚 Ver estudio
Es decir: cuando presentas a alguien a través de un valor, una afición o un gesto significativo, estás activando uno de los mecanismos más antiguos de la conexión humana: la identificación emocional.
La parte más importante: apartarse
Después de hacer una presentación emocional, hay que saber desaparecer.
No hace falta quedarse.
No hace falta rellenar silencios ni mediar.
Si el punto de partida ha sido auténtico, lo mejor que puedes hacer es dar un paso atrás y dejar que la conversación fluya sola.
Eso también es un acto de inteligencia relacional: confiar en que lo humano hará su trabajo sin necesidad de controlarlo.
No estás uniendo contactos. Estás uniendo historias.
Presentar bien a alguien no es un detalle sin importancia.
Es un gesto que, si se hace con intención, puede cambiar el rumbo de una relación.
Puede abrir puertas a colaboraciones, a conversaciones honestas, incluso a amistades que perduren años.
Cada vez que lo haces, estás ofreciendo dos regalos:
A una persona, el privilegio de ser vista.
A la otra, la oportunidad de descubrir a alguien valioso sin necesidad de filtros profesionales.
Si tú también crees que las relaciones no se improvisan…
…quizá sea buen momento para revisar cómo presentas a quienes te rodean.
La próxima vez que tengas la ocasión de hacerlo, piensa en algo pequeño pero significativo.
Un gesto que defina a esa persona. Una historia. Un valor.
Empieza por ahí.
Lo demás —el nombre, el cargo— ya llegará.
📩 ¿Te gustaría aprender más gestos que transforman relaciones?
Cada semana comparto en mi newsletter de Inteligencia Relacional reflexiones y herramientas prácticas para ayudarte a construir vínculos más auténticos, más duraderos y más humanos.
Porque lo que transforma tu vida no es lo que haces.
Es con quién te relacionas mientras lo haces.
Te confieso algo: cada vez que alguien me presenta desde el corazón, sin adornos ni cargos, me dan más ganas de quedarme. Porque me siento visto, no etiquetado.
Y eso, en un mundo donde todos corren por destacar, es un acto de generosidad que no se olvida.
¿Y tú?
¿Cómo presentas a las personas importantes de tu vida?
Si quieres que cada semana te cuente pequeños trucos como este, con historias reales y herramientas que funcionan, estaré encantado de tenerte al otro lado.
Un abrazo enorme,
Cipri